Hace pocos años dije en artículos alarmados por lo que se venía en Libia que pronto tendríamos lo que ahora tenemos en el Mediterráneo: una oleada de migraciones desesperadas. Son ocasiones en que detesto tener razón. La OTAN devasta a Libia y a Siria y ahora derrama lágrimas de cocodrilo por la congestión de refugiados sociales, económicos, políticos, religiosos, que fluyen a través de esos países hacia Europa, desmoralizados, irritados, aterrorizados. Surgen del África Subsahariana y de las propias Libia y Siria, huyendo de la paradisíaca Primavera Árabe, de los bombardeos humanitarios de Obama, Sarkozy, Hollande, Aznar, Rajoy y demás sigüís del Imperio. Arabia Saudita anunció el martes (ojalá dure) el cese de los bombardeos en Yemen.
Hay gente refugiada por millones en Medio Oriente, desarraigada, hambrienta, sin hospitales, educación, vivienda, futuro. Sobreviven en la incertidumbre, la miseria, la amenaza, la intemperie, social y de la otra. Es población débil porque además está a la merced de bandas forajidas que amenazan, maltratan, violan, matan, explotan. Algunas bandas organizan éxodos disparatados de gente en la indigencia más rotunda, que acepta cualquier destino porque siente que sus condiciones no pueden empeorar.
Una vez oí decir a un exprisionero de un campo de concentración nazi que el ser humano se acostumbra velozmente al horror. En estos días hay una dosis de angustia mediática por uno de esos cotidianos hundimientos del Titanic. Ya pasará. Pronto nos acostumbraremos y esas zozobras ya no serán noticia, salvo por allá en una página interior, chiquitica, si acaso.
El Imperio y sus siervos de Europa ahora acusan al tráfico de personas de la actual tragedia, pero como genuino fariseísmo no se mencionan las causas profundas del mal. Es muy conveniente desviar la atención hacia la trata de gente. Está bien, esas personas son aborrecibles, pero más lo son quienes crearon las condiciones que propician su actividad. Bertolt Brecht se preguntaba: «¿Qué es el asalto a un banco comparado con la fundación de un banco?». Es lo mismo: ¿qué es la trata de gente refugiada comparada con la devastación de los países de donde vienen esas personas? ¿Acaso son migrantes de gran intrepidez y capricho que prueban mejor suerte en Europa? ¿O es gente a quien destruyeron su hábitat, casa, barrio, ciudad, escuela, lugar de trabajo, hospital, panadería, calle, familia, parque? Hay que ser repugnante para aceptar el oficio de excusar la migración trágica endilgando toda la culpa a quienes organizan esos traslados trágicos.
Pero no solo desvían la atención sobre esos sucesos hacia el tráfico, sino que te cambian el tema para disertar sobre la tragedia que se vive en Venezuela. Son otros repugnantes. Aprueban la Ley Mordaza en España y señalan a Venezuela como violadora de los derechos humanos. En los Estados Unidos matan negros y absuelven a los policías blancos que los asesinan, pero la violación de derechos humanos es en Venezuela.
Siempre me he preguntado cómo se llega a ser tan repugnante. Debe ser un trayecto bien feo.
Mira a Libia y mira a Siria. Hay cerca de ti gente que quiere eso para Venezuela.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com / @rhm1947
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