Eran los días de gloria del Ateneo de Caracas, testaferro cultural del diario El Nacional y de la familia que se endosaba el ¿mérito?, de ser la mecenas y promotora del “jet set” artístico del país.
Cada estreno iba acompañado de su correspondiente y edulcorada crónica social, en la que el infaltable Pedro J. Díaz y el heredero de su nicho, Roland Carreño, desparramaban elogios que edificaron reputaciones y abultaron cuentas bancarias.
Nacía de este modo la palangre cultural, en la que los elogios bien administrados certificaban viajes al exterior y uno que otro “favorcito” que por razones de higiene nos abstenemos de mencionar.
Recurro a estos apuntes para señalar el estruendoso silencio con que el diario (de cuyo nombre preferimos no acordarnos), asumió la cobertura del IV Festival de Teatro de Caracas, a todas luces, un éxito de convocatoria tanto de público como de artistas y, sin lugar a dudas, un hecho de inocultable impacto noticioso, merecedor de una cobertura menos mezquina que la recibida por los medios de la canalla.
Me quedo pasmado ante la mudez de sus páginas frente al desbordamiento de los cientos de miles de caraqueñas y caraqueños que, indistintamente de sus posiciones políticas, se sumaron entusiastas a esta fiesta del arte y de la vida.
Ciertamente, eran días de gloria, no solo porque estaban en la cresta de la ola del poder, sino porque, de algún modo, expresaban los vestigios de la obra de su fundador.
Se solicita periódico de buena presencia y periodista con conciencia propia.
armandocarias@gmail.com
Fuente: Ciudad Ccs
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