La Tercera Guerra Mundial podría estallar por culpa de una planilla mal llenada. Esta es una de las conclusiones extraíbles del episodio de la orden ejecutiva emitida por el emperador Barack "Tuercebrazos" Obama, en la que calificó a Venezuela de "amenaza inusual y extraordinaria" para la seguridad nacional de Estados Unidos. Luego se supo que esa declaración tan contundente no significa algo en particular contra Venezuela sino que, en realidad, es parte de un texto prefabricado en el que solo hay que rellenar los espacios en blanco con los nombres del presidente de turno y de la nación-amenaza de ese momento específico. Así de fácil.
"Estas órdenes ejecutivas son como las cotufas para microondas. Cuando quieres comértelas, metes el paquetico en el horno y en minutos están explotando", dice el Estrangulador de Urapal. "EEUU es el reino de la comida chatarra, así que nada de raro tiene que sea también el reino de las leyes chatarra", agrega, muy docto.
Hagamos un guión surrealista (para comernos las cotufas): "Dorothy, pásame la forma B-251-I que quiero enviarle una felicitación a Putin por su cumpleaños", dice el emperador una mañana cualquiera en el despacho oval. La supersecre, un poco despistada aquel día, trastoca la nomenclatura y le entrega la forma I-152-B, que no sirve para cumpleaños, sino para ordenar alertas rojas nucleares. En cuestión de minutos, los misiles estadounidenses de alcance estratégico se alistan para volar hacia Moscú; y los de Rusia, hacia Washington. La especie humana, en consecuencia, está al borde de entender el significado real de la frase "destrucción mutuamente garantizada" y de comenzar a comprobar lo que dijo Einstein: Si la tercera es con bombas atómicas, la Cuarta Guerra Mundial será con estacas.
Parecen exageraciones, pero la realidad puede ser tan desquiciada como lo anterior, sobre todo si se piensa que el país más poderoso y armado del mundo es tan irresponsable y poco serio que cataloga de amenaza a la seguridad nacional a otra nación y luego dice que eso no es nada, que esas declaratorias son un mero trámite burocrático, cuestiones típicas del papeleo, frases locas que mandan a poner ahí los abogados, siempre tan paranoicos... y que además, en realidad, EEUU declara la emergencia nacional por cualquier quítame estas pajas, y que tampoco hay que ponerse dramático por eso.
La realidad se acerca peligrosamente a la ficción, pues este lío de las órdenes ejecutivas hechas con plantillas hace factible lo que ocurrió en Dr. Strangelove, una cinta de Stanley Kubrick en la que por las locuras de ciertos extremistas y la conjunción de una serie de estúpidas normas (cualquier semejanza con la actualidad es mera coincidencia) se ordena un bombardeo atómico sobre la Unión Soviética (corren los años 60), presumiéndose que ésta responderá con un armamento secreto, del que solo se conoce su macabro nombre: "la máquina el fin del mundo". Las peripecias del presidente estadounidense (el de la película, no el actual "Tuercebrazos") para tratar de impedir que se consume el ataque de sus propias tropas, mientras negocia con su par soviético (llamado Dimitri) hacen brotar muchas risas, aunque no es un filme de comedia, sino una dramática parodia de los tiempos de la Guerra Fría.
Las declaraciones de la subsecretaria Roberta Jacobson, declarándose decepcionada por el apoyo de América Latina a Venezuela (y no a EEUU) también arrancaron sonrisas, en especial porque la cara de esta señora, sobre todo cuando está decepcionada, parece por sí sola una caricatura. Pero la cuestión llegó al nivel de las carcajadas cuando Ben Rhodes, asesor presidencial en materia de Seguridad Nacional, hizo la desternillante aclaratoria de las leyes de quita y pon.
Ver a Estados Unidos haciendo estos ridículos planetarios desconsuela mucho a cierta gente, en especial a la que ha crecido convencida de que los gringos son geniales en todo lo que hacen, especialmente en política exterior. Mi amigo el Latero Ilustrado, por ejemplo, está muy desconcertado porque él siempre pensó que en la estrecha relación de los dirigentes de la oposición con políticos y asesores estadounidenses, los criollos llevaban las de ganar porque se iban a volver más inteligentes y sagaces, pero parece que ha ocurrido lo contrario: con tales roces, los gringos como que se están embruteciendo.
El Latero estaba feliz porque Obama, al parecer, con su proclama imperial, se había dejado de tanto intermediario mediocre y oportunista y había pasado él mismo a dirigir la lucha contra el rrrrégimen, aplicando una mano dura que hizo ver a George W. Bush como un corderito. Pero el desconcierto de Latero es gigantesco al comprobar que la jugada, hasta ahora (*), ha salido igual de mal que si el protagonista, en lugar del flamante emperador Obama, hubiese sido Ismael García.
(*) Este artículo fue escrito el miércoles 8, cuando aún no se había realizado la Cumbre de las Américas, de Panamá)
clodoher@yahoo.com / ElUniversal
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