Desde que la oposición tasó en un millón de bolívares fuertes la inscripción para aspirar a ser candidato presidencial, el bachaqueo asaltó la política. El contrabando de extracción de votos pasaría luego a las elecciones parlamentarias y, en un futuro constante y sonante, a las regionales y municipales. El término insecto-comercial lo empleó un diario al que le dio por bachaquear el periodismo, en una pirámide invertida de la ética.
En descargo de la MUD, la historia política registra como antecedente aquel libro de Joe McGinnis, titulado Cómo se vende un presidente, requisitoria publicitaria de la campaña que llevó a la Casa Blanca al tramposo de Richard Nixon. Desde entonces, la compra-venta de conciencia se llama marketing, que suena más chic y conceptual, no ve.
Para saber cómo se venden curules en el Congreso de Estados Unidos, se recomienda leer alguno de los 14 cargos que pesan sobre el senador antichavista y anticastrista Robert “Bob” Menéndez.
En Venezuela, mi amigo Manuel Vadell lanzó por los años 70 Los mercaderes del voto, un best seller de Domingo Alberto Rangel, el más incisivo y brillante analista político del siglo XX. Entonces, el término “bachaqueo” era una lejanía, aunque la Mesa de la Unidad, la Salida y sus radicales libres ya chapoteaban como presencias embrionarias en las células madre de AD y Copei.
Durante el primer gobierno del doctor Caldera apareció “el hombre del maletín”, un personaje que compraba voluntades en las muy cristianas convenciones copeyanas. El concubinato entre políticos y la libre empresa quedó registrado en libros como La oligarquía del dinero, del citado Domingo Alberto, y Los doce apóstoles, de Pedro Duno. Pasarían algunos años para que el marketing político degenerara en buhonería electoral, con regalo de relojes y solicitud de aportes “si es en efectivo, mejor”.
Las primarias de la MUD, en 2013, con un millón por precandidatura, incluida una fiada, marcaron la decadencia de esa clase política hacia el bachaqueo electoral. Los 150.000 que piden hoy para optar a una curul, los emparenta con los pimpineros que sobreviven entre San Antonio y Cúcuta.
Periodista / Profesor de la UCV
Fuente: ÚN
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