La semana pasada hablamos de lo que se ha dado en llamar el “fin del ciclo progresista” con el objetivo de dar a conocer mi punto de vista sobre el debate que se ha generado en los medios sobre ese tema. Al respecto quisiera recomendar un extraordinario artículo, -que comparto en su totalidad- escrito por el analista político y periodista panameño Nils Castro, publicado el 14 de octubre pasado en el periódico Página 12 de Argentina, bajo el título “El fenómeno cíclico no se agotó”.
Es un tema abierto que no se extinguirá con las elecciones presidenciales argentinas del 22 de noviembre ni las parlamentarias venezolanas del 6 de diciembre. Tampoco se agotará nunca el acoso imperial a todo aquel que inicie un camino soberano, independientemente que no toque las estructuras del sistema ni con el “pétalo de una rosa”, porque no es eso de lo que estamos hablando, como lo señala Atilio Borón en un reciente artículo, al referirse a las particularidades de los comicios en Argentina.
Pero, oculta tras esa discusión subyace la otra, la que podría llamarse “el fin del ciclo neoliberal en los países capitalistas desarrollados”. Hasta la década de los 70 del siglo pasado, América Latina marchaba a la zaga de los acontecimientos políticos mundiales. Los movimientos políticos de finales del siglo XVII, del XIX y la mayor parte del XX en la región, respondieron muchas veces a eventos que se desarrollaban fuera de nuestras fronteras. Así, tuvimos el influjo de la independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa, la derrota de Napoleón Bonaparte en 1815, la revolución de Rafael Riego en España en 1820, todas estas, acciones que influyeron de manera sustancial en el curso de las guerras de Independencia. Posterior a ello, la atadura a Gran Bretaña y a continuación a Estados Unidos, hicieron que nuestro acontecer político estuviera permanentemente signado por los avatares que procuraban las decisiones de política exterior e incluso de la política interna de estas potencias, en particular en los ámbitos económico y militar.
Durante el siglo XX, esta situación tuvo relevante particularidad antes, durante y después de las dos guerras mundiales. Al finalizar la segunda de ellas, en 1945, el mundo bipolar y la guerra fría “amarró” indisolublemente a los gobiernos de la región (salvo contadas excepciones) a los designios de Estados Unidos y el capital transnacional. La confrontación con el sistema socialista desató la más feroz persecución a los luchadores democráticos y revolucionarios, la represión fue institucionalizada mientras los ejércitos latinoamericanos hacían el trabajo sucio, después de su consabido adoctrinamiento en la Escuela de las Américas y otros centros de “estudio”, en los que entre otras cosas, aprendían a perfeccionar los métodos de tortura.
En la década de los 70 del siglo pasado, ya se había puesto fin hacía rato a la política del “Buen Vecino” que Estados Unidos implementó para ganarse el apoyo latinoamericano en su participación en la guerra mundial. La guerra fría estaba en pleno apogeo, y salvo la revolución boliviana de 1952, el intento inacabado de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954 y los gobiernos de Getulio Vargas en Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina, que fueron expresión de un sentimiento nacionalista y democrático que irrumpió en la región, la polarización global, que tuvo poco después su mayor expresión cuando la Revolución Cubana declaró su carácter socialista eran expresión de la fisonomía de una época, que además vio como caían las dictaduras de Perú, Colombia y Venezuela.
Parecía que había un ascenso democrático en la región y una crisis en el control estadounidense de la misma. La respuesta fue brutal, esa década de los años 70 fue testigo del enseñoramiento de las dictaduras más sanguinarias de la historia que pudieron entronizarse bajo el paraguas protector de Estados Unidos. Sin la existencia legal de partidos políticos, ni sindicatos, con la prensa libre acallada, y los parlamentos cerrados, fue fácil imponer modelos neoliberales que permitieron incrementar los niveles de exclusión social, generando ganancias extraordinarias para las empresas transnacionales y las oligarquías locales. Sin embargo, Europa marchaba a contrapelo. En esos mismos años 70, caían una a una las dictaduras fascistas de España, Portugal y Grecia. La democracia florecía en el Viejo Continente. Mientras tanto, una cantidad no menor de líderes políticos latinoamericanos, social demócratas fundamentalmente, vivieron su exilio en Europa, donde fueron aleccionados y comprados por estos demócratas de nuevo cuño que se preparaban para instaurar modelos neoliberales en sus países, a la usanza de lo que las dictaduras hacían en América Latina. Para los social cristianos no fue necesario vivir ese proceso, porque la gran mayoría de ellos fueron cómplices y partícipes de las dictaduras y absorbieron de manera directa, bajo financiamiento de sus gobiernos militares las enseñanzas malignas de la Escuela de Chicago.
Ahora, Europa era la que comenzaba a marchar detrás de América Latina. Después de los desastrosos años 80, llamada “década perdida” por los economistas, el modelo neoliberal comenzó a entrar en crisis y con ello las dictaduras que los sostenían. Paradójicamente, bajo la influencia de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, Europa asumía el neoliberalismo, comenzando la destrucción de los “Estado de bienestar” que había construido al finalizar la guerra.
Pero, el nuevo siglo comenzó a producir cambios más profundos en nuestra región desde la llegada al gobierno del Comandante Hugo Chávez, una nueva camada de líderes comenzaron a desmontar la estructura todavía vigente que sostenía los modelos neoliberales. Sin que ello, significara una transformación profunda de la economía y la sociedad, la respuesta imperial no se hizo esperar. Ahora, por primera vez en la historia, era América Latina la que sentaba las pautas de la política a nivel global. Mientras ello ocurría, Europa se solazaba con sus modelos neoliberales que restringían cada vez más las libertades democráticas y los derechos de los trabajadores.
Quince años después, cuando se habla del “fin del ciclo progresista”, en algunas potencias capitalistas, sus pueblos comienzan a “alebrestarse” y producir ciertos hechos que cuando menos llaman la atención. En septiembre de este año, en Australia, el primer ministro Tony Abbott fue destituido al perder la confianza en el seno de su partido tras “las numerosas encuestas que mostraban, en los últimos meses, una notable pérdida de confianza entre la opinión pública australiana”. Aunque, su sucesor en el cargo, Malcolm Turnbull, es un correligionario de su Partido Liberal, el mismo ha manifestado ideas mucho más avanzadas respecto de participación y derechos de mujeres y homosexuales, cambio climático, protección de la niñez e incluso ha sido partidario de establecer el sistema republicano en su país, que es miembro del Commonwealth británico y por tanto súbdito de su monarquía. Australia ha sido un leal aliado de Estados Unidos en la mayor parte de sus aventuras militares. El nuevo primer ministro ha designado por primera vez en la historia a una mujer como ministra de defensa.
En Canadá, el partido Conservador del ex primer ministro Stephen Harper sufrió una aplastante derrota a favor del partido Liberal y su líder Justin Trudeau en las elecciones del 19 de octubre en lo que el analista Thomas Walkom, del diario Toronto Star consideró “un repudio a Harper y a su estilo de gobierno”. Según Walkom, “al elegir a los liberales de Trudeau, los votantes estaban diciendo basta a tanta mezquindad en la política”.
La derrota de Harper, uno de los más importantes socios de Estados Unidos en sus acciones militares en diferentes regiones del planeta es considerada por el periodista argentino-canadiense Alberto Rabilotta como el “repudio a una década de políticas neoliberales que terminaron por arrasar lo que quedaba del Estado de bienestar, un importante referente de la sociedad y la identidad de los canadienses, así como el rechazo a una política exterior derechista, adosada a la OTAN y contraria,(…) a la tradición de más de medio siglo de la política exterior canadiense basada en la búsqueda de soluciones políticas y diplomáticas a los conflictos armados”.
En ese ámbito, el 24 de septiembre el nuevo líder del Partido Laborista británico Jeremy Corbyn, obtuvo una sonora victoria que lo encumbró a la máxima dirección de su partido, sustentada en una plataforma considerada “de izquierda sin compromisos”. El triunfo de Corbyn con un 59,5% y una inusual participación de 76% es, en primer lugar una profunda derrota para Tony Blair y sus huestes que hizo que el partido Laborista se pareciera tanto al Conservador que sus diferencias tan disimiles eran difíciles de detectar por los electores. En estas condiciones, la opinión pública británica comienza a conjeturar una eventual derrota de los conservadores en las próximas elecciones.
Corbyn se define como pacifista y republicano. Ha participado en diferentes campañas contra la guerra y de solidaridad con Palestina. Tuvo un activo papel en el intento de juzgar al dictador chileno Augusto Pinochet cuando fue detenido en Londres. La sola victoria de Corbyn en las elecciones internas del partido laborista significo que miles de ciudadanos solicitaran su ingreso a ese partido, esperanzados en un cambio de orientación a su política neoliberal.
Otro tanto, ha ocurrido con la sorpresiva campaña electoral del senador Bernie Sanders en las internas del Partido Demócrata que lo ha colocado en segundo lugar detrás de la candidata del presidente Obama, Hillary Clinton. Sanders, se considera un político social demócrata, lo cual es mucho decir en Estados Unidos. En la lógica de ese país, sus propuestas reflejan ideas avanzadas respecto de temas como la protección del medio ambiente y el cambio climático, el derecho a la educación y la salud, la desigualdad de los ingresos, el financiamiento y los gastos de las campañas electorales, su negativa a la disminución de los impuestos para los ricos propuesto por el presidente Bush, las libertades civiles y la crítica a la ley Patriota y el derecho a la privacidad de los ciudadanos.
Algunos analistas han afirmado, que independientemente de lo que pudiera ocurrir con Corbyn y Sanders, su discurso ha obligado a sus opositores a moderarse en algunas propuestas que han vertido con sentido retrógrado, dado el inusitado apoyo que han obtenido en importantes sectores de la ciudadanía.
Finalmente, en Portugal, una alianza de los partidos Socialista, Comunista y el Bloque de Izquierda llevaron a la caída del gobierno de derecha en ese país ibérico. La nueva coalición sustentó su acuerdo en el logro de consensos respecto del fin de los recortes impuestos por la troika conformada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional y la vuelta al escenario económico de 2011, cuando el gobierno de la derecha aprobó importantes recortes en las pensiones y los salarios. Algunos de los puntos acordados para formar gobierno son el aumento de las pensiones, el complemento de las rentas mínimas para jubilados, el fin de los recortes a los salarios de los funcionarios públicos y la reposición de un 25% por cada trimestre de 2016, la elevación del salario mínimo, al reposición de cuatro feriados (dos laicos y dos religiosos) que habían sido suprimidos, el establecimiento de una jornada laboral de 35 horas semanales, reformas a la legislación laboral para beneficiar a los trabajadores, progresividad de los impuestos y deducción por hijos, reducción de la sobre tasa al impuesto a la renta, bajada del IVA y un impuesto a las herencias superiores al millón de euros, supresión de tasas de seguridad social a los que ganan menos, reforma de las tasas por servicios de salud, rebaja de la tarifa eléctrica aplicando una tarifa social a 500 mil familias de bajos recursos y anulación de las privatizaciones que estaban en marcha y fin de ellas a futuro. Todas medidas, de claro corte anti neoliberal.
Entonces, si estamos hablando de fin de ciclo, ¿a cual nos referimos? ¿no será más bien que no hemos sistematizado aquello que el presidente Correa llama el cambio de época y nos quedamos sin categorías para estudiar lo que está ocurriendo? Pero, más allá del debate académico, que no tuviera mayor importancia, si no estuviera en juego la vida de millones de ciudadanos, lo relevante es que no existen ciclos. La sociedad y la economía se rigen por leyes científicas que sin embargo, suelen ser manipuladas por oscuros intereses mediáticos de minorías. Mientras un “fin de ciclo” se presenta como terminal y catastrófico, el “otro” se oculta, se minimiza y se hace desaparecer. Así, se construyen falsos referentes en el cerebro de los ciudadanos, que los inducen a actuaciones políticas y sobre todo electorales acorde a la información que han recibido. Además, dicen que eso se llama democracia y “libertad de prensa”.
sergioro07@hotmail.com / Barómetro Internacional
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