miércoles, 18 de noviembre de 2015

Sergio Rodríguez Gelfenstein: ¿Fin del ciclo neoliberal en los países capitalistas desarrollados

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La semana pasada hablamos de lo que se ha dado en llamar el “fin del ciclo progresista” con el objetivo de dar a conocer mi punto de vista sobre el debate que se ha generado en los medios sobre ese tema. Al respecto quisiera recomendar un extraordinario artículo, -que comparto  en su totalidad- escrito por el analista político y periodista panameño Nils Castro, publicado el 14 de octubre pasado en el periódico Página 12 de Argentina, bajo el título “El fenómeno cíclico no se agotó”.

Es un tema abierto que no se extinguirá con las elecciones presidenciales argentinas del 22 de noviembre ni las parlamentarias venezolanas del 6 de diciembre. Tampoco se agotará nunca el acoso imperial a todo aquel que inicie un camino soberano, independientemente que no toque las estructuras del sistema ni con el “pétalo de una rosa”, porque no es eso de lo que estamos hablando, como lo señala Atilio Borón en un reciente artículo, al referirse a las particularidades de los comicios en Argentina.

Pero, oculta tras esa discusión subyace la otra, la que podría llamarse “el fin del ciclo neoliberal en los países capitalistas desarrollados”. Hasta  la década de los 70 del siglo pasado, América Latina marchaba a la zaga de los acontecimientos políticos mundiales. Los movimientos políticos de finales del siglo XVII, del XIX y la mayor parte del XX en la región, respondieron muchas veces a eventos que se desarrollaban fuera de nuestras fronteras. Así, tuvimos el influjo de la independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa, la derrota de Napoleón Bonaparte en 1815, la revolución de Rafael Riego en España en 1820, todas estas, acciones que influyeron de manera sustancial en el curso de las guerras de Independencia. Posterior a ello, la atadura a Gran Bretaña y a continuación a Estados Unidos, hicieron que nuestro acontecer político estuviera permanentemente signado por los avatares que procuraban las decisiones de política exterior e incluso de la política interna de estas potencias, en particular en los ámbitos económico y militar.

Durante el siglo XX, esta situación tuvo relevante particularidad antes, durante y después de las dos guerras mundiales. Al finalizar la segunda de ellas, en 1945, el mundo bipolar y la guerra fría “amarró” indisolublemente a los gobiernos de la región (salvo contadas excepciones) a los designios de Estados Unidos y el capital transnacional.  La confrontación con el sistema socialista desató la más feroz persecución a los luchadores democráticos y revolucionarios, la represión fue institucionalizada mientras los ejércitos latinoamericanos hacían el trabajo sucio, después de su consabido adoctrinamiento en la Escuela de las Américas y otros centros de “estudio”, en los que entre otras cosas, aprendían a perfeccionar los métodos de tortura.

En la década de los 70 del siglo pasado, ya se había puesto fin hacía rato a la política del “Buen Vecino” que Estados Unidos implementó para ganarse el apoyo latinoamericano en su participación en la guerra mundial. La guerra fría estaba en pleno apogeo, y salvo la revolución boliviana de 1952, el intento inacabado de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954 y los gobiernos de Getulio Vargas en Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina, que fueron expresión de un sentimiento nacionalista y democrático que irrumpió en la región, la polarización global, que tuvo poco después su mayor expresión cuando la Revolución Cubana declaró su carácter socialista eran expresión de la fisonomía de una época, que además vio como caían las dictaduras de Perú, Colombia y Venezuela.

Parecía que había un ascenso democrático en la región y una crisis en el control estadounidense de la misma. La respuesta fue brutal, esa década de los años 70 fue testigo del enseñoramiento de las dictaduras más sanguinarias de la historia que pudieron entronizarse bajo el paraguas protector de Estados Unidos. Sin la existencia legal de partidos políticos, ni sindicatos, con la prensa libre acallada, y los parlamentos cerrados, fue fácil imponer modelos neoliberales que permitieron incrementar los niveles de exclusión social, generando ganancias extraordinarias para las empresas transnacionales y las oligarquías locales. Sin embargo, Europa marchaba a contrapelo. En esos mismos años 70, caían una a una las dictaduras fascistas de España, Portugal y Grecia. La democracia florecía en el Viejo Continente. Mientras tanto, una cantidad no menor de líderes políticos latinoamericanos, social demócratas fundamentalmente, vivieron su exilio en Europa, donde fueron aleccionados y comprados por estos demócratas de nuevo cuño que se preparaban para instaurar modelos neoliberales en sus países, a la usanza de lo que las dictaduras hacían en América Latina. Para los social cristianos no fue necesario vivir ese proceso, porque la gran mayoría de ellos fueron cómplices y partícipes de las dictaduras y absorbieron de manera directa, bajo financiamiento de sus gobiernos militares las enseñanzas malignas de la Escuela de Chicago.

Ahora, Europa era la que comenzaba a marchar detrás de América Latina. Después de los desastrosos años 80, llamada “década perdida” por los economistas, el modelo neoliberal comenzó a entrar en crisis y con ello las dictaduras que los sostenían. Paradójicamente, bajo la influencia de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, Europa asumía el neoliberalismo, comenzando la destrucción de los “Estado de bienestar” que había construido al finalizar la guerra.

Pero, el nuevo siglo comenzó a producir cambios más profundos en nuestra región desde la llegada al gobierno del Comandante Hugo Chávez, una nueva camada de líderes comenzaron a desmontar la estructura todavía vigente que sostenía los modelos neoliberales. Sin que ello, significara una transformación profunda de la economía y la sociedad, la respuesta imperial no se hizo esperar. Ahora, por primera vez en la historia, era América Latina la que sentaba las pautas de la política a nivel global. Mientras ello ocurría, Europa se solazaba con sus modelos neoliberales que restringían cada vez más las libertades democráticas y los derechos de los trabajadores.

Quince años después, cuando se habla del “fin del ciclo progresista”, en algunas potencias capitalistas, sus pueblos comienzan a “alebrestarse” y producir ciertos hechos que cuando menos llaman la atención. En  septiembre de este año, en Australia, el primer ministro Tony Abbott fue destituido al perder la confianza en el seno de su partido tras “las numerosas encuestas que mostraban, en los últimos meses, una notable pérdida de confianza entre la opinión pública australiana”. Aunque, su sucesor en el cargo, Malcolm Turnbull,  es un correligionario de su Partido Liberal, el mismo ha manifestado ideas mucho más avanzadas respecto de participación y derechos de mujeres y homosexuales, cambio climático, protección de la niñez e incluso ha sido partidario de establecer el sistema republicano en su país, que es miembro del Commonwealth británico y por tanto súbdito de su monarquía. Australia ha sido un leal aliado de Estados Unidos en la mayor parte de sus aventuras militares. El nuevo primer ministro ha designado por primera vez en la historia a una mujer como ministra de defensa.

En Canadá, el partido Conservador del ex primer ministro  Stephen Harper sufrió una aplastante derrota a favor del partido Liberal y su líder Justin Trudeau en  las elecciones del 19 de octubre en lo que el analista Thomas Walkom, del diario Toronto Star consideró “un repudio a Harper y a su estilo de gobierno”.  Según Walkom, “al elegir a los liberales de Trudeau, los votantes estaban diciendo basta a tanta mezquindad en la política”.

La derrota de Harper, uno de los más importantes socios de Estados Unidos en sus acciones militares en diferentes regiones del planeta es considerada por el periodista argentino-canadiense Alberto Rabilotta como el “repudio a una década de políticas neoliberales que terminaron por arrasar lo que quedaba del Estado de bienestar, un importante referente de la sociedad y la identidad de los canadienses, así como el rechazo a una política exterior derechista, adosada a la OTAN y contraria,(…) a la tradición de más de medio siglo de la política exterior canadiense basada en la búsqueda de soluciones políticas y diplomáticas a los conflictos armados”.

En ese ámbito, el 24 de septiembre el nuevo líder del Partido Laborista británico Jeremy Corbyn, obtuvo una sonora victoria que lo encumbró a la máxima dirección de su partido, sustentada en una plataforma considerada “de izquierda sin compromisos”. El triunfo de Corbyn  con un 59,5% y una inusual participación de 76% es, en primer lugar una profunda derrota para Tony Blair y sus huestes que hizo que el partido Laborista se pareciera tanto al Conservador que sus diferencias tan disimiles eran difíciles de detectar por los electores. En estas condiciones, la opinión pública británica comienza a conjeturar una eventual derrota de los conservadores en las próximas elecciones.

Corbyn se define como pacifista y republicano. Ha participado en diferentes campañas contra la guerra y de solidaridad con Palestina. Tuvo un activo papel en el intento de juzgar al dictador chileno Augusto Pinochet cuando fue detenido en Londres. La sola victoria de Corbyn en las elecciones internas del partido laborista significo que miles de ciudadanos solicitaran su ingreso a ese partido, esperanzados en un cambio de orientación a su política neoliberal.

Otro tanto, ha ocurrido con la sorpresiva campaña electoral del senador Bernie Sanders en las internas del Partido Demócrata que lo ha colocado en segundo lugar detrás de la candidata del presidente Obama, Hillary Clinton.  Sanders, se considera un político social demócrata, lo cual es mucho decir en Estados Unidos. En la lógica de ese país, sus propuestas reflejan ideas avanzadas respecto de temas como la protección del medio ambiente y el cambio climático, el derecho a la educación y la salud, la desigualdad de los ingresos, el financiamiento y los gastos de las campañas electorales, su negativa a la disminución de los impuestos para los ricos propuesto por el presidente Bush, las libertades civiles y la crítica a la ley Patriota y el derecho a la privacidad de los ciudadanos.

Algunos analistas han afirmado, que independientemente de lo que pudiera ocurrir con Corbyn y Sanders, su discurso ha obligado a sus opositores a moderarse en algunas propuestas que han vertido con sentido retrógrado, dado el inusitado apoyo que han obtenido en importantes sectores de la ciudadanía.

Finalmente, en Portugal, una alianza de los partidos Socialista, Comunista y el Bloque de Izquierda llevaron a la caída del gobierno de derecha en ese país ibérico. La nueva coalición sustentó su acuerdo en el logro de consensos respecto del fin de los recortes impuestos por la troika conformada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional  y la vuelta al escenario económico de 2011, cuando el gobierno de la derecha aprobó importantes recortes en las pensiones y los salarios. Algunos de los puntos acordados para formar gobierno son el aumento de las pensiones, el complemento de las rentas mínimas para jubilados, el fin de los recortes  a los salarios de los funcionarios públicos y la reposición de un 25%  por cada trimestre de 2016, la elevación del salario mínimo, al reposición de cuatro feriados (dos laicos y dos religiosos) que habían sido suprimidos, el establecimiento de una jornada laboral de 35 horas semanales, reformas a la legislación laboral para beneficiar a los trabajadores, progresividad de los impuestos y deducción por hijos, reducción de la sobre tasa al impuesto a la renta, bajada del IVA y un impuesto a las herencias superiores al millón de euros, supresión de tasas de seguridad social a los que ganan menos, reforma de las tasas por servicios de salud, rebaja de la tarifa eléctrica aplicando una tarifa social a 500 mil familias de bajos recursos y anulación de las privatizaciones que estaban en marcha y fin de ellas a futuro. Todas medidas, de claro corte anti neoliberal.

Entonces, si estamos hablando de fin de ciclo, ¿a cual nos referimos? ¿no será más bien que no hemos sistematizado aquello que el presidente Correa llama el cambio de época y nos quedamos sin categorías para estudiar lo que está ocurriendo? Pero, más allá del debate académico, que no tuviera mayor importancia, si no estuviera en juego la vida de millones de ciudadanos, lo relevante es que no existen ciclos. La sociedad y la economía se rigen por leyes científicas que sin embargo, suelen ser manipuladas por oscuros intereses mediáticos de minorías. Mientras un “fin de ciclo” se presenta como terminal y catastrófico, el “otro” se oculta, se minimiza y se hace desaparecer. Así, se construyen falsos referentes en el cerebro de los ciudadanos, que los inducen a actuaciones políticas y sobre todo electorales acorde a la información que han recibido. Además, dicen que eso se llama democracia y “libertad de prensa”.

sergioro07@hotmail.com / Barómetro Internacional

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domingo, 15 de noviembre de 2015

Susana Martínez: Votar como sea, pero no por quien sea

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Que broma cuando pensábamos que lo habíamos visto todo, y que teníamos el sartén por el mango... entonces las gallinas se alborotaron. El cuento lo podríamos resumir una y otra vez, pero no es  tan fácil. Porque, vivimos en el país de las maravillas., donde  todos los días pasa algo novedoso. No nos asombramos si la reciente campaña electoral, esté llena de acontecimientos nefastos: saboteo de luz, difamaciones y muchísimas cosas más. Todo puede pasar.

La oposición por su lado, predica que Venezuela necesita un cambio, pero observo a Ramos Allup y juro que no entiendo el chiste.  Para los incrédulos,  ese cambio vendrá: con los anaqueles llenos de comidas,  con combos de libertad, guarimbas y lo que no puede faltar, la ración: Maduro renuncia. Así, de esta forma “hermano chavista”, usted que está  cansado  de  hacer colas, en enero verá una luz, a menos que María se la apague.

Por un momento,  tenemos que reflexionar, si llegasen a ganar las parlamentarias. ¿Por qué no? Eso es parte de una elección: se gana o se pierde. Pero, perder significaría  un total retroceso. Porque, tendríamos una oposición siendo mayoría, oponiéndose a todo lo que huela  a  revolución.  Aunque dé un poco de escalofrío,  imaginemos por un momento (no más) :  Ramos  Allup como  presidente de la asamblea, el matemático  Julio Borges y  la experta en petróleo Delsa Solórzano, ambos  como vicepresidentes. Quizás, vociferando: “con mis gallinas bachaqueras no te metas” en el hemiciclo de la Asamblea Nacional.  La verdad, que no es nada fácil, tal aberración.

Por lo cual, hoy más que nunca, no  podemos  confundir votar con botar (aunque tengamos gana). En fin, esta elección se debe votar como sea, pero no por quien sea.

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martes, 10 de noviembre de 2015

Sergio Rodríguez Gelfenstein: ¿Fin de ciclo? I

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Durante los últimos meses hemos sido testigos de un denodado esfuerzo de un grupo importante de estudiosos, investigadores, académicos y analistas para aportar a favor o en contra de la idea de lo que se ha dado en llamar “el fin de ciclo de los gobiernos progresistas” o la “restauración conservadora” como la ha denominado el presidente Rafael Correa.  Interesantes debates se han producido al respecto. Me da la impresión que la mayoría de las opiniones responden a una reacción defensiva mientras se obvia otro debate necesario y paralelo referido a lo que podríamos llamar “el fin del ciclo neoliberal al exterior de América Latina”. Esta semana hablaremos del primer proceso y dejaremos el segundo para la próxima.

Para comenzar, quisiera  exponer algunas reflexiones sobre la imagen que trasunta detrás del concepto de “gobiernos progresistas”. Para mí no es clara. La idea de progreso proviene del avance ideológico que supuso la superación del feudalismo y el adelanto que en el mismo ámbito condujo al Renacimiento y a la aceptación de la racionalidad moderna como superación del paradigma que aceptaba que el conocimiento provenía de la idea teológica del espíritu. Todo ello sirvió de base para que el paradigma del progreso fuera usado como soporte del capitalismo en sus fases de desarrollo más acelerado, en particular durante las revoluciones industriales que se asociaron a esa idea. En esa medida, el concepto “progreso” se vinculó a los “éxitos” que el capitalismo generaba y que se visualizaban como una evolución dialéctica en relación al sistema feudal.

La irrupción de la revolución rusa al entrar el siglo XX, conjeturó un nuevo debate acerca de la imagen del progreso. La posibilidad real de que el capitalismo fuera negado por el socialismo no fue aceptada como progreso sino como regresión. Las ideas socialistas eran presentadas a través de las mass media como sinónimo de conservadurismo. En esa medida, la “verdadera” revolución no se produjo en 1917 sino en 1989, teniendo como símbolo la caída del Muro de Berlín y la posterior desaparición de la Unión Soviética y con ello el fin de la guerra fría y el mundo bipolar. Por ejemplo,  a fines del siglo XX, se llegó a decir que la Revolución Cubana era expresión de “ideas retrógradas, anquilosadas y conservadoras” que no tienen sustento en el mundo que se vivía. Con ello se anticipaba la caída de Cuba y su apropiación por el imperio estadounidense.

El triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998 y su asunción de la presidencia de Venezuela a comienzos del año siguiente inauguró una época que con el devenir de los años y las victorias en las urnas de otros líderes de la región condujeron a lo que, -a mi juicio erróneamente- se han dado en llamar “gobiernos progresistas”. En mi opinión, éste es un término tan ambiguo que “sirve para todo y no sirve para nada”.

Veamos algunos ejemplos. El lema de uno de los gobiernos más profundamente neoliberales que ha tenido América Latina, el del chileno Ricardo Lagos, quien apoyó el golpe de Estado contra el Comandante Chávez en abril de 2002 era “Progreso con igualdad”. Estos gobiernos de la Concertación, incluyendo el de la Presidenta Bachelet, sostenedores de un modelo neoliberal, con democracia restringida a las veleidades de la Constitución pinochetista, también han sido considerados como progresistas.

En el mismo contexto, el 10 de marzo de 2012 el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso visitó Venezuela para dar una conferencia por invitación el Banco Banesco. En dicho evento, afirmó “un país puede cambiar y entrar en una senda del progreso, no importa lo difícil con que se presenten las circunstancias presentes”.

En estos dos casos, pareciera, que la sola oposición a la derecha fascista bastara para ser catalogado como progresista, sin importar su soporte del modelo neoliberal y su subordinación a Estados Unidos.

Hoy, son dirigentes de Partidos Progresistas en América Latina, el neoliberal encubierto Mauricio Macri de Argentina, su amigo, el ambiguo Marco Enriquez-Ominami de Chile que juega a arañar votos  de la izquierda y la derecha, con discursos acordes en cada caso, a fin de llegar al gobierno, el  renegado Henry Falcón  en Venezuela con un discurso conciliador que ambiciona integrar a los indeterminados, engañando por igual a unos y otros, y el todavía alcalde de Bogotá  Gustavo Petro contra quien se volcaron todos los poderes visibles y fácticos pata impedir una gestión sana en la capital colombiana. ¿Es posible colocar en este marco tan turbio de “progresismo” a los gobiernos de América Latina y el Caribe cuya distinción es haber intentado una redistribución más justa del ingreso y ostentar una condición anti neoliberal, anti hegemónica y de defensa de la soberanía?, Lo han logrado en mayor o menor medida, han avanzado en dimensión superlativa, aquellos que han establecido mecanismos más profundos de participación y de construcción de poder popular.

En otro ámbito, se les exige a estos gobiernos, logros que son imposibles de obtener en los marcos en los que se ha desarrollado su gestión. Me da la impresión que en algunos sectores existe alguna confusión terminológica y al suponer que estas administraciones encarnan gobiernos revolucionarios en el marco de la guerra fría. A veces, estamos aprisionados por términos propios del mundo bipolar que no tienen cabida en el desarrollo de la política actual. En ese sentido, no es dable que un gobierno “revolucionario” se juegue su estabilidad y continuidad en elecciones en el marco estrecho de la democracia representativa y de un sistema económico mundial que sigue siendo capitalista. Los conceptos de izquierda y derecha no bastan para construir una correlación de fuerzas que se oponga a la hegemonía imperial, a la imposición de gobiernos neoliberales,  a la incorporación de millones de excluidos que han estado invisibilizados hasta hoy y a la imperiosa necesidad de salvar el mundo de la voracidad del capital que lo devasta y que destruye el medio ambiente. En esta lógica, nadie puede afirmar si Putin es de derecha o de izquierda, si lo es el gobierno de Irán o el de Siria, todos en primera línea de enfrentamiento a la expansión imperial. En otro ámbito, nadie podrá poner en duda que Raúl Castro sigue siendo un militante de izquierda  y un inveterado líder revolucionario, después que Cuba, tras una larga y heroica lucha, logró establecer relaciones con Estados Unidos y pugnar por la normalización de sus vínculos con la potencia imperial. Es evidente que los cánones de análisis del pasado, no nos sirven ahora para enarbolar las mismas  banderas justas de independencia, soberanía  y libertad que ondearon en momentos pretéritos.

Dialécticamente, las revoluciones son un paso adelante que niega un pasado de ignominia. Si ellas, se llegaran a desarrollar por ciclos no podrían caracterizarse en tal concepto. La idea estratégica del cambio revolucionario, la lucha por la independencia y la libertad no se juegan en elecciones por muy democráticas que estas sean, porque en el trasfondo, las elecciones son expresión de un sistema restringido que mide la política sólo en términos cuantitativos, Además, en la realidad de la América Latina de hoy, este propio sistema de democracia representativa ha sido mutilado cuando el papel de los partidos políticos lo han asumidos los medios de comunicación que representan intereses oscuros de poderes fácticos que no son elegidos por la sociedad.

¿Invalida esto, lo que se ha avanzado en el presente siglo? No, al contrario. La obtención del poder político por estos gobiernos ha creado condiciones para avanzar en el proceso de organización popular, de formación política y de toma de conciencia. Es indudable que los pueblos están hoy en mejor condición que al comenzar este siglo, para luchar por sus derechos. No es el progreso, lo que puede medir la característica fundamental de estos gobiernos, ni vivimos fin de ciclo alguno. Lo que hay son elecciones en las que cada cierto tiempo hay que medir las fuerzas. Hay retrocesos y avances, pero no se puede confundir sujeto político con sujeto electoral y el sujeto de la transformación de la sociedad es el político.

La correlación de fuerzas (que es un concepto mucho más amplio y completo) que el de medición cuantitativa en elecciones, ha avanzado positivamente, a favor de los pueblos, incluso si se llegaran a perder algunas elecciones en determinados países. Así, el proceso iniciado por el comandante Hugo Chávez en 1998, no tendrá retroceso. Las elecciones y la obtención de la victoria de las fuerzas populares en ellas, permiten colocar a grandes sectores de la sociedad en mejores condiciones para emprender la lucha por su liberación, pero no es la liberación en sí misma. La lucha política y la lucha electoral deben ir de la mano, pero sin dejar de entender que lo electoral es coyuntural, mientras que lo político es permanente.

Saber distinguir al enemigo principal, construir una correlación de fuerzas que lo aísle y debilite, establecer las más amplias alianzas bajo la hegemonía de los trabajadores y el pueblo son el ABC de la política que hay que poner en práctica en todo momento, incluyendo cuando se miden las fuerzas en los eventos electorales. Somos parte de una generación que tiene como responsabilidad salvar el planeta y avanzar en la construcción de una sociedad más justa y una vida mejor para las mayorías. Eso no depende de ciclos ni se puede hacer bajo la falsa bandera del progreso, que solo sirve para encubrir ideas ambiguas y engañosas.

sergioro07@hotmail.com / Barómetro Internacional

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